
Volviendo al día de la foto: todo comenzó al mediodía cuando arrancamos en patota (éramos siete ese día) a recolectar mejillones que por la noche estaríamos degustando debido a mi partida hacia la capital en la siguiente madrugada, digamos que era mi última cena como acampante oficial, por lo menos hasta el próximo enero. En la playa todo lindo, juntamos los mejillones, bueno, no les voy a mentir, yo no junté mucho era mi ultimo día y quería tomar un poco de sol tranqui en la arena (además los junta mejillones estaban a las puteadas limpias, se resbalaban en las rocas, incluso una de las participantes tuvo un principio de resbalón en las rocas que le provocaron un gran moretón en la pierna que creo hasta el día de hoy cuenta con dicho color violáceo en la gamba).
Luego de juntar los mejillones y cargar con ellos (son pesados! dicen... yo no los cargué, para eso estaban los hombres de la barra) fuimos a otra yapla, más linda donde tomamos los respectivos baños y nos tiramos en la arena. A esta altura el hambre se estaba haciendo sentir, así que estábamos debatiendo si almorzar en el camping o en otro lado. Para peor, yo tenía que ir a La Paloma (como a 7km de La Pedrera, si mal lo recuerdo) a marcar mi pasaje para esa madrugada, y mientras mas tarde fuera se iba a complicar para conseguir lugar.
Después de un largo debate al mejor estilo de los debates de Código País (mírenlos, son buenísimos) decidimos que yo y dos amigos más íbamos a La Paloma, y los cuatro restantes, iban al camping y ya de paso aprovechaban para ir limpiando los "meji"... si, los re clavamos.
De La Pedrera a La Paloma no hay otra que ir a dedo, o a dedal como se dice por ahí. Éramos dos mujeres y un hombre. A pesar de la simpatía que irradiábamos y lo divinos que éramos no nos levantaba ni el loro. Pasaban autos y camionetas de todo tipo, color, y chapa y nada, nos ignoraban.
Después de casi una hora, nos paró una señora. Nos acercó hasta Costa Azul, faltaban 5 km para La Paloma. Nosotros ya estábamos con un hambre bastante importante y con calor, que intentábamos aplacar bajo un árbol, turnándonos para que mientras uno descansaba, los otros dos laburaban para el dedal. Pasaban los minutos hasta que finalmente, llegó lo que estábamos esperando: una terrible camioneta porteña manejada por una joven, igual de porteña quien paró para preguntarnos a donde íbamos, en realidad, como hoy estoy muy honesta reconozco que paró porque el único varón del trío se encontraba haciendo dedo en ese momento. Mi otra amiga y yo estábamos tiradas bajo la sombra del árbol. Incluso, ella llegó a insinuar cuando vio venir la terrible camioneta, que no nos iba a llevar, que no se gastara en hacer dedo. Por suerte mi amigo se tenia fé y estiró el brazo con su dedo pulgar apuntando el sol.
La porteña para y nos subimos. Poca onda la flaca, no habló nada, cosa rara porque todos los que hacen el bien de trasladar a unos pobres pibes que no tienen guita para el "Andresito" (bondi que va desde La Pedrera a La Paloma) son de conversación fácil.
La camioneta tenía todo el lujo, asientos de cuero beige, trancas automáticas y vidrios que se bajaban y subían según el gusto de la conductora. Así viajamos, mirándonos entre nosotros y vichando todo el lujo de la camioneta.
Cuando nos acercábamos a la terminal, la conductora rompe el silencio: "chicos ¿los dejo en la cot?", pregunta con un tono muy aporteñado que mi amiga imita a la perfección. Supusimos que la cot era la terminal así que contestamos afirmativamente y llegamos a destino.
Eran las 7 de la tarde y el hambre se hacía sentir, queríamos comer algo a toda costa. No había un maldito lugar que nos vendiera un almuerzo o similar. ¿Tan raro era almorzar a esa hora?. Para nuestra fortuna, encontramos allá perdido un carrito, preguntamos tímidamente si tenía algo para alimentar nuestros cuerpos y neuronas que ya estaban por colapsar. El dueño del carrito estaba sentado afuera del mismo, en una silla cómodamente, así que sospechábamos que otra vez nos iban a negar el plato de comida. Pero por suerte tenía, nos preparó unas buenas hamburguesas completas al pan que comimos en 3 segundos. De postre unas torta fritas rumbo a la playa.
Después había que volver al camping, volvimos a por más tortas para el viaje y ya de paso garroneamos yerba y agua pal mate.
Tuvimos suerte a la vuelta, el dueño del camping pasó por la ruta y nos llevó. Nos esperaban los meji y algunos jugos Tang para acompañar, era lo que quedaba.
¿Los mejillones? impecables, lástima cobró varias víctimas que terminaron visitando en innumerables ocasiones al inodoro.